¿Para qué hay razas?

Roberto Hernández Montoya

No puede haber guerra de razas porque no hay razas.
José Martí, Nuestra América.

Noé fue el primer borracho. Chisme bíblico. Noé no sabía que ese primer trago le produciría una rasca tal que terminó desnudo. Cam, su hijo, llamó a sus hermanos Sem y Jafet para que lo vieran. Estos, piadosos, lo cubrieron mirando hacia otro lado para no ver desnudo a su padre. Cuando Noé despertó con la resaca, maldijo a la progenie de Cam y la condenó a ser esclava de los descendientes de Sem, los semitas, y de Jafet, ancestro de Europa según dicen. Según una etimología tendenciosa muy posterior y que no está en la Biblia, la palabra Cam significa ‘oscuro’, lo que no está nada claro.

Ya vemos cómo el falaz concepto de ‘raza’ se quiere fundar y confundir con raíces éticas porque de algún modo hay que justificar algo tan escandalosamente injusto como la esclavitud y su descendiente predilecto: el racismo. La esclavitud en América se asentó sobre el novísimo concepto de ‘negro’, porque hasta entonces esa cualidad no existía. En la Roma antigua el África era un territorio tan bárbaro como Germania, de modo que el color de la piel no tenía el significado que después adquirió en América. El concepto de barbarie era equivalente al de ‘extranjero’ e ignorante de la lengua latina y la palabra bárbaro pretendía ser el remedo del lenguaje ininteligible de aquella gente extraña, distante, que era tan ignorante que no sabía latín. Ubicumque lingua latina ibi Roma, ‘doquiera se hable latín ahí estará Roma’.

Pero en América la esclavitud se racializó, porque en Roma y en Grecia los esclavos eran de la misma tonalidad cutánea de sus amos.

La semiótica establece lo que en lingüística se llaman rasgos distintivos. La palabra papa se distingue de tapa por la oposición entre los fonemas /p/ y /t/. El rasgo distintivo en Roma entre civilización y barbarie lo daba el uso de la lengua latina. Un africano o un germano podían ser ciudadanos romanos si hablaban latín. En América lo dio la diferencia entre el castellano y las lenguas americanas, pero también el color de la piel. Porque cuando se trata de distinguir grupos humanos vale cualquier diferencia perceptible. Y la diferencia racial era estratégica. Era crucial distinguir quién poseía a quién. Cualquier confusión podía ser catastrófica. Se instauraron, pues, rasgos distintivos que iban desde el dominio de la lengua española hasta el color de la piel, pasando por los consumos alimentarios, el vestido, la vivienda… De allí viene el llamado “mantuanaje”, porque solo las damas de la alta sociedad venezolana tenían derecho a usar manto. Una esclava no tenía derecho a usar manto. Hubo todo un sainete tragicómico durante la Colonia por estupideces como esa. Por eso para las clases dominantes son todavía hoy tan sensibles esas diferencias. Por eso durante la violencia urbana insurreccional promovida por el Imperio y las clases dominantes hace unos pocos años, las llamadas guarimbas, se llegó a quemar viva gente solo por el tono de su piel. Tener piel oscura era en esos días un delito tan grave que merecía el castigo que recibían las brujas en la Edad Media: la hoguera. Siempre ha sido delito tener piel oscura, pero en esos días adquirió un dramatismo especial que merecía el castigo atroz del fuego. Tan grave delito es nacer en Venezuela que merecemos un bloqueo genocida, que implica la prohibición de importar alimentos y medicinas, entre otros insumos esenciales para la vida, dicho brevemente: Venezuela está condenada a muerte. No se han atrevido a invadirnos. Por ahora. Pero ya lo han dicho: “Todas las opciones están sobre la mesa”, incluyendo la militar. He allí la utilidad del concepto de raza, que no tiene ningún valor científico pero sí una utilidad política primordial y trágica.

La reina Isabel la Católica tuvo intuiciones políticas, lingüísticas, religiosas y antropológicas estratégicas. El año 1492 fue de definiciones históricas que nos afectan aún hoy: se reforzó la Inquisición como brazo armado de la Contrarreforma, se expulsó a los judíos, se promovió la Gramática de Nebrija, se consolidó la llamada Reconquista con la toma de Granada y se envió un contingente expedicionario para conquistar la India… Esa gramática se proclamó bajo la consigna de “la lengua es compañera del imperio”. Era necesaria la castidad religiosa, lingüística y étnica. La castidad racial vino después con la confrontación con los pueblos que encontró la Conquista y con los africanos extraídos de sus tierras por la fuerza.

Sobre esto discurre brillantemente la novela premiada hoy aquí, El país del diablo, que nuestra compatriota argentina Perla Suez coloca en el contexto de la que se llamó la Conquista del Desierto, guerra a los pueblos indígenas, guerra que, dicho sea sin ánimo de alarmar, no ha terminado. Todos los días leemos la muerte de uno o varios mapuches. Porque la Independencia política no significó la de los pueblos sometidos. La esclavitud continuó y fue tan formidable y violenta que hoy tiene su eco perverso en un racismo recio e histérico. El esfuerzo libertario de la Guerra de Independencia fue truncado y se restauró la brutal dominación laboral y étnica.

La humanidad está hoy ante una nueva coyuntura civilizatoria. Nos encontramos en el umbral del llamado “metaverso”, promovido por los grandes conglomerados informáticos. El proyecto consiste en una mutación del ser humano, que ya no vivirá en el llamado mundo real sino en el virtual y aumentado de las redes. Todo reforzado por el confinamiento a que nos obliga la actual pandemia.

No tiene por qué ser una amenaza por el hecho de que el proyecto está centralizado por los grandes consorcios. Existe una tecnología novedosa y subversiva que aún no ha rendido todos los frutos que puede y debe dar: la cadena de bloques, base de las criptomonedas. Ella puede permitirnos armar cada quien su propia red descentralizada y lograr la emancipación sin censuras que Venezuela está consiguiendo con su propia criptomoneda: el petro como alternativa a la hegemonía decadente del dólar y las monedas fiat en general.

Sobre esto y mucho más diserta con lucidez el ensayo premiado hoy: It’s A Selfie World, de Miguel Antonio Guevara, de lectura obligatoria para todo habitante de este nuevo mundo virtual que se nos viene encima, el que William Shakespeare llamó “Brave New World” ‘bravo mundo nuevo’ al final de su última obra, La tempestad, en la que están muchas de las claves de nuestra América, como lo dilucidó Roberto Fernández Retamar en su obra Calibán caníbal.

Son tres lecturas estratégicas para este bravo nuevo mundo: El país del diablo, It’s A Selfie World y La tempestad. Una estimulante aventura intelectual que nos está esperando y no podemos ni debemos evadir.

@rhm1947

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