¿Qué hay detrás de la ventana? Entre Los detectives salvajes y Blanco nocturno

Por Enrique Rey

¿Qué tienen en común dos escritores como Ricardo Piglia y Roberto Bolaño, ambos ganadores del premio de novela Rómulo Gallegos? ¿Qué tienen en común Ulises Lima y Arturo Belano con Emilio Renzi y el comisario Croce? ¿Qué tienen en común dos novelas como Los detectives salvajes y Blanco nocturno? Thriller, policial, máquina literaria, testimonio y fabulación cruzan el territorio de estas novelas que, aún hoy, tensionan el campo narrativo de la ficción latinoamericana. El premio Rómulo Gallegos llega a su vigésima edición. Luego de 53 años de trayectoria, cuando las críticas al mundo editorial, al campo literario y al estatus de la ficción latinoamericana cruzarán a jurados y premiados, es necesario, más allá de las polarizaciones, recuperar el debate sobre las herencias, las tradiciones y las innovaciones que surgen a la par de las celebraciones de cada edición del premio.

1.

Creado en 1964 y convocado, por primera vez, en 1967, el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos se abrió camino en el campo literario de la mano del boom latinoamericano: Vargas Llosa, García Márquez y Fuentes fueron la inicial tríada ganadora. El recorte es claro: una búsqueda por la identidad literaria de un continente llamado, paradójicamente, Hispanoamérica. Entre el realismo mágico, sus variaciones, el barroco y lo real maravilloso, la relación entre ficción y realidad cobra la forma de una constelación literaria que describe un continente que pugna por liberarse de sus atavismos: caudillismo, democracia, subdesarrollo y potencia del ser se entremezclan para describir las tensiones y contradicciones que cruzan lo colonial, la colonialidad, los horizontes de posibilidades y las expectativas de futuro. Especie de romanticismo nostálgico que busca en el pasado las reminiscencias de aquello que pudimos y queremos ser. Expresión de un campo literario masculino y patriarcal, habríamos de esperar treinta años para que se premiara a la primera mujer, donde la política es un asunto de hombres y las mujeres están condenadas a su mal querer. Hasta este punto, los ejes temáticos definidos por Rómulo Gallegos, al igual que en buena parte de la literatura venezolana, parecieran dominantes respecto a quién, cómo y qué se premia.

2.

Una distancia de doce años separa las premiaciones de Los detectives salvajes (1999) y Blanco nocturno (2011). Y es en esa distancia donde observamos un cambio de eje que, desde nuestra perspectiva, tensiona lo conceptual, las temáticas y las formas narrativas produciendo cambios en la relación ficción/realidad que hasta ese momento se había premiado. La máquina literaria que despliegan ambos autores a través de sus novelas es un complejo mecanismo narrativo en el que crónica, historia y testimonio, por ejemplo, introducen la realidad en la ficción para relocalizarla con nuevos significados y significaciones, para desestabilizarla. Modalidad de ingreso de la ficción en lo real que se ve expresada en la crítica a la estructura del campo literario que se produce en cada novela, en la travesía por el desierto de Sonora de Lima y Belano y en las fabulaciones, artificios e “irrealidades” de la vida de un Luca Belladona testimoniado por Emilio Renzi. Para resumir: un cambio de eje en donde Roberto Arlt, Jorge Luis Borges y Rómulo Gallegos, se dan la mano, dialogan y hacen explícitos sus acuerdos y disensos.

3.

Como si de un continuum se tratara, entre Piglia y Bolaño alternan una serie de ejes que pasan por la lengua materna, las traducciones, los modos de leer, las opciones políticas y los intersticios. Entre ambos, la figura de Jorge Luis Borges va a mediar, no como tradición, herencia, faro, sino en tanto riesgo, vanguardia y gesto enciclopédico que se proyecta ad infinitum en un cuarto lleno de espejos. Mecanismo borgeano que, por un lado, se bifurca hacia Arlt en Piglia y, por el otro, se pliega sobre sí mismo para rodar, cual armadillo, sin destino definido, en Bolaño. En ambos, el thriller y el policial, en tanto géneros narrativos, van a funcionar como excusas. Así, la “literatura menor” ‒y aquí Harold Bloom se revuelca‒ pasa por un tamiz en el que concepto, filosofía, arte de narrar y modos de leer ponen a prueba la obra, sus autores y sus lectores. Lo popular, entonces, alterna con lo hegemónico para subsumirlo y buscar, ya no las respuestas hacia el qué es la literatura latinoamericana, sino en lo que ésta puede llegar a ser. No en vano, en una conversa sostenida vía correo electrónico por ambos autores, Bolaño llegó a afirmar que los escritores latinoamericanos habían alcanzado el final del camino en tanto lectores y que, por lo tanto, se abría ante ellos un abismo.

4.

Aunque en Los detectives salvajes nos topemos, por ejemplo, con la territorialidad mexicana y en Blanco nocturno con el paisaje rural argentino, ambas novelas fueron escritas en una lengua sin patria (Bolaño dixit). Lo latinoamericano funciona aquí como modo de narrar en el que investigación y viaje (Piglia dixit) operan sobre una realidad que ya ha sido relatada para desestabilizarla a partir de aquello que, habiendo sido contado, precisaba de la máquina literaria para introducirse en lo real y formar parte del ámbito de significados y significaciones con las que nos enfrentamos a nuestra experiencia de vivir. Así, las temporalidades narrativas de las novelas entran en juego con la temporalidad de su lectura y la experiencia vital de quien lee. Retrospectiva, fabulación, locura, irrealidad, consecuencias, etc. funcionan como mecanismos de distanciamiento que, en el sentido brechtiano, irrumpen en la totalidad experiencial del lector.

5.

«¿Qué hay detrás de la ventana?», se pregunta Juan García Madero hacia el final de Los detectives salvajes. Diría que la respuesta a esa interrogante está en la apuesta. Una apuesta que, frente al fantasma blanco de la muerte, deja el cuerpo en el ejercicio literario. Y esto no es, en términos estrictos, una metáfora. Bolaño y Piglia ya no están con nosotros. Ambos encontraron la muerte en la febril elaboración de 2666 (Bolaño) y los Diarios de Emilio Renzi (Piglia). Tal vez, como se dijeron ambos al despedirse de la conversación antes citada, los veremos pronto, sea aquí o en cualquier parte.

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